El maíz, un signo de la abundancia

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América, de un grano de maíz te elevaste hasta llenar de tierras espaciosas el espumoso océano. Fue un grano de maíz tu geografía (Pablo Neruda)

Sus dientes son esponjados y tibios; elásticos los hilillos del pelo que arrancamos de cuajo con las hojas, ávidos —nosotros— del mordisco o del desgrane. Qué rico es el maíz. Qué generoso. Qué versátil. Se bebe, se come, se mastica, se envuelve y desenvuelve… se tuesta, se condensa, se cuela, se deslíe.

Qué dadivoso.

Qué razón tenía Neruda cuando le escribió “Puebla tu luz, tu harina, tu esperanza/ la soledad de América/ y el hambre considera tus lanzas/ legiones enemigas”.

Qué signo de abundancia podría ser de nuestro México y nuestra América la cosecha interminable de maíz. Maíz de colores que cobra mil formas… Maíz que se hornea, se amasa, se fermenta, se refina, se explota…

Y también, y lamentablemente, maíz que se modifica genéticamente y cuyo destino está en vilo y en el eje de la preocupación del artista oaxaqueño Francisco Toledo. Hijo de la tierra, juchiteco por nacimiento y hoy una de las figuras mexicanas más relevantes en el panorama internacional de las artes visuales, hace ya años que Toledo se ha manifestado por numerosas vías en contra del maíz transgénico y sus consecuencias. Ése es el espíritu de la exposición “El maíz de nuestro sustento”, colección formada por 42 fotografías de unos 28 por 20 centímetros, intervenidas por el maestro oaxaqueño, que fueron expuestas anteriormente en la estación de metro Zapata y en la Galería Juan Martín, ambas en Ciudad de México.

Hoy se encuentra en la sala 11 del Museo Fernando García Ponce-Macay.

Las imágenes, según se ha divulgado, fueron tomadas por un fotógrafo desconocido, probablemente un agrónomo oaxaqueño, en las primeras décadas del siglo XX. Luego fueron impresas en papel de algodón por el fotógrafo Rafael Donis y finalmente intervenidas con pastel por el maestro Toledo.

Resignificado

Antes de la intervención, las imágenes podrían haber sido una especie de álbum o diario de trabajo, un reporte formal: hombres que posan con la producción de maíz, que muestran un brote o conducen un arado; mazorcas enfiladas, numeradas o con etiquetas, granos de elote ordenados minuciosamente.

Sin embargo, las acuarelas aplicadas sobre las imágenes resignifican aquellos testimonios y desde la sutileza de los colores añadidos evidencian cambios en la “genética” de los personajes y los objetos, transparentan las vértebras de los agricultores, y modifican —igual que los transgénicos al maíz— la esencia interior de lo retratado, que se torna inquietante y sombrío, lleno de interrogantes.

El Macay era nuevo cuando la obra de Toledo llegó la primera vez… insectos, tierra, estiércol, naturaleza pura y trazo puro, amén de un autorretrato desde el que miraban al espectador sus ojos profundos, amenazantes. Hoy, dos décadas después de aquella primera aparición, la tierra es aún el alimento del discurso del artista, aunque desde una óptica muy distinta, menos geológica y más social, nutrida por una preocupación compartida entre el maestro y la comunidad, nada menos que por el grano fabuloso que ha sido la base de nuestra alimentación.— María Teresa Mézquita Méndez para “El Macay en la cultura”

El Diario de Yuactán

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