México importó 13 millones 766,000 toneladas de productos agrícolas transgénicos en el ciclo 2013-2014, al tiempo que ha mantenido restricciones y un bajo fomento al cultivo de organismos genéticamente modificados.
De ese total, 56.7% correspondió a compras de maíz, el producto más importado, el más cultivado por los agricultores mexicanos y con trascendencia económica, política y social del país.
México depende de importaciones de maíz que utiliza como alimento para animales, mientras que trata de reconciliar preocupaciones sobre los costos asociados con políticas restrictivas para transgénicos en cultivos de ese grano, entre otras razones, por ser su centro de origen.
Con una balanza comercial deficitaria en granos, el gobierno mexicano ha instituido políticas comerciales que permiten importar éstos para alimento humano y de animales, con el fin de evitar más altos costos para los consumidores de carne de bovino, productos lácteos y avícolas. “De manera irónica, las importaciones de maíz provienen de países que producen principalmente cultivos genéticamente modificados, como Estados Unidos y Sudáfrica”, dijo Adriana Otero, analista del Departamento de Agricultura de Estados Unidos.
El gobierno mexicano permitió el uso de la ingeniería genética en el maíz, pero en septiembre del 2013 un juez federal emitió una medida precautoria en la que ordena no otorgar permisos a trasnacionales como Monsanto, Pioneer, Syngenta y Dow AgroSciences para la siembra de maíz transgénico experimental, piloto y comercial.
En el ciclo 2013-2014, importó otros tres productos genéticamente modificados: soya (3 millones 450,000 toneladas), canola (1 millón 480,000 toneladas) y algodón (1 millón 36,000 toneladas).
A pesar de que la producción de algodón de México es importante, ésta sólo cubre la mitad del consumo doméstico; la otra mitad la compra de Estados Unidos. También depende de productos transgénicos: soya, importada casi toda de su vecino del norte, y la canola, en su mayoría en Canadá.
Los transgénicos dan cualidades a las semillas, como resistencia a ciertas plagas o herbicidas, a la sequía o la humedad. Pero son comercializados por un puñado de empresas extranjeras.
Mientras la controversia continúa, agricultores de 27 países produjeron cultivos biotecnológicos en 175 millones de hectáreas en el 2013, un alza interanual de 2.9%, según el Servicio Internacional para la Adquisición de Aplicaciones Agrobiotecnológicas.
El Economista