Campesinos rescatan herencia prehispánica de cultivo en islotes

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En una canoa Gerardo Rubio navega diariamente un canal para llegar a uno de los islotes artificiales conocidos como chinampas que fueron construidos por indígenas prehispánicos hace un milenio en el Valle de México, donde un grupo de campesinos trata de rescatar una antigua técnica de cultivo.

Hace tiempo que Gerardo, un citadino de 56 años, se quitó la corbata y dejó que le creciera una larga cabellera blanca para dedicarse a sembrar hortalizas en una chinampa.

Este islote, donde sólo se escucha el sonido de las aves y rodeado de agua, es una las 540 chinampas que forman parte de una compleja red de canales en 90 hectáreas situadas en Xochimilco, un barrio del sur de la capital mexicana, considerado un pulmón natural que resiste el voraz crecimiento de la superpoblada Ciudad de México.

Xochimilco, declarado en 1987 por la Unesco Patrimonio Cultural de la Humanidad, es más conocido por ser una zona turística donde los visitantes recorren canales en coloridas embarcaciones de madera.

Sin embargo, pocos conocen su amplia zona rural, en la que las autoridades ponen escaso interés para mantener limpios los canales de lirio, que estos temerarios campesinos navegan con dificultad para trasladar cotidianamente los insumos a sus parcelas y sacar sus cultivos a la venta.

Tierra de alta productividad

Igual que las terrazas incas en Perú y otras maravillas creadas por la mano del hombre, las chinampas son islotes que los primeros pobladores del valle de México construyeron para habitar y producir alimentos.

Estas pequeñas islas artificiales se levantaron en los grandes lagos en los que se asentó la antigua Tenochtitlan, que en su mayoría fueron drenados tras la ocupación de los españoles en el siglo XVI.

Las Chinampas son “una de las zonas de más alta productividad en el mundo”, dijo a la AFP Alberto González Pozo, jefe del Área de Procesos Históricos y Teóricos de Arquitectura y Urbanismo de la pública Universidad Autónoma Metropolitana.

El investigador, que participó en el comité de catálogo de las chinampas para la Unesco, señala que estos islotes representan sólo el 3 por ciento de lo que fue la zona chinampera antes de la llegada de los españoles.

Las bondades de esta tierra, con altos nutrientes y abundante agua que inicialmente venía de manantiales naturales y ahora es tratada, permiten sacar hasta cinco cosechas al año de productos orgánicos de muy buena calidad, indica.

Pero con grandes dificultades y sin apoyo alguno de autoridades agropecuarias, Gerardo Rubio produce en su tierra lechugas, jitomates, alcelgas, espinacas, alcachofas y espárragos en cantidades que a veces sólo alcanzan para el autoconsumo.

‘Se fueron a la universidad’

“El problema es que la gente nativa de aquí empezó a querer que sus hijos dejaran de ser campesinos, se fueron a la universidad y abandonaron las tierras”, dice Gerardo Rubio sentado frente a una rústica mesa de madera colocada de cara a un invernadero.

González Pozo cree que esa es una parte del problema, pero hay otros factores que provocaron el abandono de las chinampas.

Uno de ellos es el mal manejo del agua que han hecho las autoridades al sacar el líquido de los manantiales naturales que alimentaban los canales para llevarlo a la ciudad; otro factor es el hundimiento de muchas chinampas.

Mis hijos “ven mis manos y me dicen: ‘papá ¿para qué tanto trabajo?’”, indica mostrando sus callos y uñas negras Enrique Cenón Nieto, un productor de rosas cuya parcela familiar ha dado para que uno de sus hijos obtuviera el grado de doctor en una universidad extranjera y el otro llegara a un alto puesto político en este país.

Entre los productores que han vuelto a cultivar en San Gregorio, el área rural de Xochimilco, figuran los que son originarios y los que provienen de otras zonas del país.

“Para mí no es una moda, es una tradición que se ha incrementado” por la llegada de muchas personas de otros estados que aprenden la antigua técnica de cultivos, dice Daniel González, de 53 años, originario de Xochimilco.

Este hombre, que cultiva una gran variedad de flores de ornamento, ha empezado a experimentar con pruebas genéticas para lograr alcatraces de extraños colores, una flor típicamente blanca que el pintor mexicano Diego Rivera hizo famosa en muchas de sus obras.

Aunque se quejan de las dificultades para sacar sus cosechas y de la falta de subsidios del gobierno, todos coinciden en el placer que les deja este trabajo y se niegan a abandonar la canoa y la chinampa.

Agencias

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