Con el olor fresco de la tierra mojada del mes de mayo, es el tiempo en que llegan las bendiciones del cielo y de manera imprevista cambia la temperatura del medio ambiente, empieza a teñirse de verde la campiña regional y es el tiempo en que los campesinos ya tienen lista la tierra para cultivarla con las semillas de temporada, para de esa forma dar principio a la temporada de siembras y recurrir a la yunta, el tractor, la peonada, la tarecua y abrir el surco.
En Zirándaro ya se puede observar a los sembradores lanzando semillas, que bien pueden ser de ajonjolí, de sorgo o de maíz. Esta temporada para el campesino es de vital importancia pues con esta temporada se juega su patrimonio y de no atinar a que las lluvias sean favorables, o que su siembra sufra de un ataque de plagas, o de una sequía se ve afectado con todo tipo de pérdidas. Si a esto se agrega la posibilidad de la caída de los precios de las semillas por decisión del mercado norteamericano, el panorama es desolador.
Ver de nuevo a los sembradores avanzar por el surco y depositar las semillas en la tierra en espera de que el agua cumpla el ciclo, es como ver una tradición heredada de generaciones anteriores pervivir.
Por lo que es grande la dicha de ver el proceso de cómo crecen las plantas, cómo aplican en su momento el abono, como atacar la inextinguible plaga de los “cuiniques”, un tipo de roedores roedores que gustan de comerse la planta tierna del maíz y que se multiplican en grandes cantidades, por eso, frente a los nublados cielos azules de Tierra Caliente, con la llegada de las lluvias se renueva la vida, el campo, la vegetación y el espíritu.
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